Historias de sobrevivientes
10 de diciembre, de 2021 • 4 Min

La vigilancia lleva al diagnóstico de cáncer de páncreas

Michael Whalen

Michael Whalen and his family
  • Los síntomas leves conducen a una tomografía, que lleva al diagnóstico
  • Quimioterapia fuerte
  • Cirugía para extirpar el tumor
  • Quimioterapia posquirúrgica

Mi historia comienza el 3 de noviembre de 2010.

Mientras mi esposa y yo estábamos de vacaciones en Carolina del Sur para celebrar mi cumpleaños número 70, comencé a tener sudores nocturnos. Soy oftalmólogo, y al regresar a casa fui a ver a mi especialista en medicina interna. Detectó un recuento elevado de glóbulos blancos, lo que indica una infección activa. Investigamos las causas habituales (infección urinaria e infección renal, entre otras) y no encontramos nada. Empecé a sospechar que tenía tuberculosis, porque como médico residente hace muchos años le hice reanimación boca a boca a un paciente que luego se descubrió que tenía un tipo muy infeccioso de tuberculosis. Me trataron en ese momento, pero nunca presenté una infección activa. Sabía que podría aparecer muchos años después, pero nunca se encontró nada.

Un día estaba en mi consultorio atendiendo a una paciente que estaba muy triste por el fallecimiento reciente de su hermana a causa del cáncer de páncreas. Sus síntomas no eran los típicos: no tuvo dolores ni molestias gastrointestinales, solo algo de cansancio y fiebre baja. Llamé a mi especialista en medicina interna y le pedí que solicitara una tomografía computarizada del páncreas. Se rió y dijo que de ninguna manera, pero la pidió.

La noche del 3 de noviembre, mi hija mayor, especialista en medicina interna, entró corriendo a casa, llorando. Había obtenido los resultados de mi tomografía computarizada de inmediato. Se encontró un tumor de 6 centímetros en el páncreas distal con dos posibles lesiones metastásicas en el hígado. ¡Cómo puede cambiar la vida en un instante!

Confirmación del diagnóstico

Sin perder tiempo, fuimos a ver a un cirujano, quien llamó a un especialista en gastroenterología para hacer una biopsia del páncreas. Antes del procedimiento, me aseguró que probablemente era un quiste. Dijo que hace esto todo el tiempo y que me veía demasiado bien para tener cáncer. Dijo que me llamaría temprano en la noche con buenos resultados. A las 10 de la noche, todavía no nos había llamado, así que mi hija lo llamó y se pudo comunicar. “Tiene la peor variante de adenocarcinoma”, le dijo el gastroenterólogo.

El cirujano dijo que me llevaría al quirófano, usaría un endoscopio para ver mejor y, si todo parecía estar bien, me operaría. Me desperté en recuperación, sin tubos y solo con una pequeña incisión. El cirujano se había reunido con mi familia para informarles que tenía un cáncer inoperable y les aconsejó que me dejaran ir. “Morirá relativamente cómodo en tres meses. La quimioterapia podría darle seis, pero será puro sufrimiento”.

Búsqueda del tratamiento

Fuimos al Memorial Sloan Kettering (Nueva York) y recibimos la misma noticia. Mi hija conocía a un oncólogo (ahora jubilado) en Albany, Nueva York, al que todos elogiaban. Él dijo: “Probemos la quimioterapia”. Así que comencé con un régimen de tres días de oxaliplatino, irinotecán y leucovorina por vía intravenosa, y luego en casa me conectaron a un goteo continuo de fluorouracilo durante dos días más.

Después de dos semanas de esto, me internaron en aislamiento con un recuento bajo de glóbulos blancos que amenazaba mi vida. Ni siquiera podía afeitarme con una maquinita de afeitar. El más mínimo corte, si se infectaba, podría matarme. Decidimos hacer el tratamiento cada dos semanas.

Después de cuatro meses de recibir este veneno, había perdido 30 libras (13,6 kilos) y soportado muchos efectos secundarios, como debilidad terrible y llagas en todos los orificios de mi cuerpo, entre otros. Mi esposa y yo veíamos programas de cocina para ayudar con mi apetito. Lo que comía eran todas cosas contra el cáncer; nunca jamás volveré ni a mirar la col rizada.

Un día mientras esperaba a una consulta con mi oncólogo, él me vio desde el final del pasillo. Se volvió, me miró y me hizo una seña con un pulgar hacia arriba. ¡GUAU, el tumor se había reducido a 2 cm! “Tal vez, solo tal vez, el tumor es operable”, me dijo. “Déjeme llamar a un amigo en Sloan que es un poco más agresivo”. Fui a ver al Dr. Yuman Fong (que ahora ejerce en California). El Dr. Fong me preguntó: “¿Usted es de las personas que ven el vaso medio lleno o medio vacío?” Como eterno optimista, decidí seguir adelante con la cirugía.

En recuperación me desperté de nuevo sin drenajes. Me habían cerrado las incisiones, pero al mirar bajo mi bata, pensé: “Esa es la incisión laparoscópica más grande que he visto nunca”. Las cortinas se abrieron y vi al Dr. Fong y a mi familia, todos sonriendo. “Creo que lo sacamos todo”, dijo él. Me fui a casa después de una semana y estuve recibiendo gemcitabina (una forma de quimioterapia mucho más suave) durante tres meses.

La vida después del tratamiento

Me hice tomografías periódicas durante años, pero en el 2017 le dije a mi oncólogo: “Me va a matar con radiación en lugar de cáncer. Detengamos las tomografías”. Estuvo de acuerdo. “Simplemente haremos el análisis de sangre del marcador tumoral cada seis meses”. Con mi magnífica familia, maravillosos amigos y mucha oración (cuidé a la mayoría de las monjas en Albany), estoy bien. Acabamos de celebrar nuestro aniversario número 58 y me siento genial. Soy muy afortunado.