Adoptar el optimismo
- Conocer mi cuerpo e insistir en que se hagan más pruebas de diagnóstico
- El dolor conduce al diagnóstico de cáncer de páncreas
- Cirugía de Whipple para iniciar el tratamiento
- Tres años de quimioterapia con diversas combinaciones de medicamentos
- Un tratamiento adicional con medicamentos cura una infección; estoy en remisión
Cuando me diagnosticaron cáncer de páncreas en 2006 a los 55 años de edad, quedé atónita.
Siempre he cuidado mi salud. Nunca fumé y, desde los 20 años mi prioridad siempre fue mantener una dieta saludable y una rutina de ejercicio prácticamente diaria. Pero un día sentí un dolor fuerte desde la cabeza hasta la punta de los pies que casi me derriba. Lo que me alarmó fue lo rápido que ese dolor “eléctrico” apareció y desapareció. Me quedó un dolor residual concentrado en el lado inferior derecho de la espalda, a menudo debilitante, pero más que nada simplemente molesto.
Consulté con varios médicos, me diagnosticaron gases, un tirón muscular, o que era solo mi imaginación, y no se encontró nada. El dolor nunca desapareció. Cuando comencé a perder peso, volví a ver a mi médico, pero las pruebas que me hicieron no mostraron nada anormal. Luego aparecieron más síntomas como pérdida de apetito y fatiga, pero mis médicos aún no podían encontrar problema alguno. Pero yo conocía mi cuerpo y sabía que algo andaba muy mal.
Rogué que me hicieran una tomografía, y después de una colonoscopia y una endoscopia, recibí ese diagnóstico devastador: “Lo siento, Laurie, pero tienes cáncer de páncreas”. Según sabía, el cáncer de páncreas era una sentencia de muerte. Estaba atónita; apenas conocía la función del páncreas. Tenía una salud perfecta y era amante del ejercicio. ¿Cómo pudo pasar esto? Le pregunté a mi médico: “¿Qué podría haber hecho de manera diferente?”. Él dijo: “Absolutamente nada”.
El inicio del camino al tratamiento
El cáncer estaba en estadio III, dado que se había propagado al duodeno y a los ganglios linfáticos. Me recetaron capecitabina, pero inmediatamente el conducto biliar comenzó a aplastar el hígado. Me hicieron una cirugía de emergencia para aliviar la presión, pero no tuvo resultado. Después de unos días, el Dr. Howard Reber de UCLA Health me realizó el procedimiento de Whipple. Tras recuperarme de este procedimiento, mi oncólogo, el Dr. William Isacoff, me recetó un régimen agresivo de varias combinaciones de quimioterapia que incluían Gemzar, Taxotere, Xeloda, oxaliplatino, Erbitux, Abraxane, 5-FU, FOLFIRINOX y CPT-11 (irinotecán).
Estuve recibiendo quimioterapia durante tres años, lo cual fue una experiencia difícil. A pesar de los molestos efectos secundarios, como la pérdida del cabello, el cansancio extremo y el dolor, no podía creer que mi vida estuviera llegando a su fin. Así que me concentré en sentirme mejor, en cosas que pudieran cambiar mi enfoque y estado de ánimo. Para mí, esto consistía en hacer ejercicio: caminar, hacer ejercicio ligero en el gimnasio o hacer algo al aire libre. Me daba momentos de desahogo, autocompasión y desesperación, y luego soltaba esos sentimientos. Elegía pensamientos que me hacían sonreír y me traían paz; pedía orientación y sabiduría. Aceptar la nueva normalidad fue difícil; extrañaba desesperadamente la versión anterior de mí misma. Creo que la forma de pensar puede cambiar cómo nos sentimos; sabía que tenía que aceptar el tratamiento por el tiempo que fuese necesario e intentar vivir la vida lo más normalmente posible con el afán de sobrevivir.
Mi oncólogo estaba de acuerdo con mi filosofía de no darme por vencida, llevar una vida activa y actuar de forma creativa. Cuando se combate esta enfermedad, no se puede ser pasivo, porque no se tiene el lujo del tiempo.
Después de tres años y medio, me dijeron que el tratamiento ya no era eficaz y que pusiera mis asuntos en orden, porque solo me quedaban de tres a seis meses de vida. Unos buenos amigos me recomendaron que fuera a ver al Dr. Daniel Von Hoff en Arizona. Él descubrió que había otras afecciones además de la diagnosticada, entre ellas una infección grave. Comenzó a darme el medicamento Rocephin por vía intravenosa. Yo no quería quedarme en Arizona, así que aprendí a administrarme el tratamiento IV en casa. El tratamiento funcionó y desde entonces he estado sin cáncer.
Vuelven los buenos tiempos
El apoyo de mi esposo, de mis amigos y de un comprensivo equipo de oncología me ayudó a superar los momentos difíciles. He retomado mi estilo de vida activo: ando en bicicleta, hago senderismo y salgo a correr. Durante los últimos 10 años, he luchado por un aumento de la financiación federal para la investigación del cáncer de páncreas. Fui presidenta de la Junta Directiva Nacional de Pancreatic Cancer Action Network de 2013 a 2016, y fui miembro de la junta, representante, donante y voluntaria a lo largo de mi experiencia con el cáncer y después de ella.
Soy oradora motivacional y hago presentaciones para instituciones médicas, organizaciones comerciales, grupos de mujeres y empresas farmacéuticas de todo el país. Trabajo como representante personal de pacientes, ya que tengo experiencia en prácticamente todos los aspectos de esta enfermedad. Creo firmemente que por adoptar la esperanza pude atravesar hasta los momentos más arduos. Tengo el cometido de garantizar que las demás personas que pasan por esta experiencia cuenten con un “traductor” que les ofrezca orientación y, sobre todo, esperanza. Inhalo amor y exhalo gratitud.
Para obtener más información sobre Laurie, vea su video.