Diseño del tratamiento según mi genética tumoral
- Cirugía y luego quimioterapia
- La genética tumoral determina qué medicamentos utilizar
- Dosis bajas y lentas de quimioterapia
En abril de 2016, durante un viaje a Connecticut, tuve dolor de estómago y náuseas que me tuvieron despierta toda la noche.
Durante al menos un año había estado sufriendo dolores de estómago que iban y venían; pero esto era diferente, más agudo. Cuando llegué a Greenwich Hospital, una tomografía computarizada reveló una obstrucción intestinal parcial, parálisis del intestino delgado, y un tumor en el páncreas. Mi mundo dio un vuelco.
Tenía 71 años, estaba casada, tenía seis hijos y ocho hermosos nietos. Cuando me enteré del diagnóstico, tenía una exitosa carrera como profesora universitaria de ciencias y justicia social, y estaba escribiendo un libro.
Ahora tenía que poner en práctica lo que le había estado enseñando a otros a sobrellevar: una enfermedad grave, que según la literatura científica probablemente me costaría la vida. Una búsqueda en internet rápidamente me mostró las tristes estadísticas, pero mis hijos seguían encontrando historias de sobrevivientes en sitios web como Let’s Win.
El tratamiento comienza con la cirugía
A mediados de abril, me operaron en Yale Medical Center para extirparme la mayor parte del páncreas y el bazo. El estudio patológico reveló que tenía adenocarcinoma metastásico de páncreas en estadio IV. Según todos los oncólogos de diferentes instituciones que consulté, era necesario recibir quimioterapia, y pronto. Podía ganar tiempo, pero no curarme.
Mi recuperación de la cirugía fue complicada. Tuvieron que operarme otra vez, en Greenwich Hospital, por una obstrucción intestinal. El cirujano descubrió que el cáncer se había diseminado al peritoneo, el revestimiento de la cavidad abdominal. Mi esposo le preguntó al cirujano que reparó la obstrucción intestinal cuánto tiempo sobreviviría; la respuesta fue: “Dos meses”. Me enteré de eso dos semanas después, y me puse en un estado de desesperación que casi me costó toda lo que yo llamo mi fuerza vital. Me estaba dando por vencida; dejándole ganar al cáncer y al triste diagnóstico.
Mientras me encontraba en Greenwich Hospital, el Dr. Barry Boyd, un oncólogo muy amable, vino a hablar conmigo. Congeniamos y pasó a ser mi oncólogo tratante. Me gustaba su respeto por la ciencia y su convicción de que “todos somos diferentes; no todos encajan en las estadísticas. Existen casos atípicos. Solo que no los conocemos. Normalmente no aparecen en los estudios de investigación”. A lo largo de su carrera había visto sobrevivir a muchas personas con cáncer de páncreas.
Quimioterapia diseñada según la genética de mi tumor
El Dr. Boyd me dijo que la clave es tratar a las personas como casos singulares y diseñar el tratamiento para hacer frente a cada situación específica. Mi análisis tumoral mostraba que tenía dos genes afectados que eran significativos para el cáncer de páncreas. Yo ya sabía que tenía la mutación de BRCA1. Pero también tengo una anomalía del gen KRAS. ¡Me enteré de que este gen es responsable de al menos el 90 % de los casos de cáncer de páncreas!
Luego de un gran examen de conciencia, acepté que me dieran seis meses de quimioterapia. Conocí a la Dra. Allyson Ocean en Weill Cornell y consideré la idea de hacer el tratamiento con ella. Sin embargo, quería continuar con el Dr. Boyd y estar más cerca de la casa de mis hijos en Connecticut, ya que estaba muy débil después de las dos cirugías. La Dra. Ocean, un colega de ella en Los Ángeles, el Dr. William Isacoff y el Dr. Boyd terminaron trabajando juntos. Diseñaron para mí un cóctel que no era el tratamiento convencional usual para este cáncer. Consistía en dosis bajas y lentas de 5-FU, cisplatino y mitomicina-C. Durante seis meses estuve conectada a una bomba dos semanas de cada cuatro.
Unas investigaciones importantes han demostrado que altas dosis de vitamina C intravenosa pueden prevenir la multiplicación de las células cancerosas del páncreas. Así que también pedí que me administraran vitamina C intravenosa durante las dos semanas que no estaba conectada a la bomba. Recibí 12 infusiones en total junto con la quimioterapia. También busqué medicinas alternativas y tratamientos complementarios, como acupuntura, por mi cuenta, aunque les avisé de ello a todos mis médicos colaboradores.
No estaría tan bien como lo estoy ahora si no fuera por mi familia, que investigó tratamientos, habló con mis médicos, me recibió a mí y a mi esposo en sus casas (todavía no he vuelto a mi casa en California); amigos médicos que también se quedaron conmigo durante las cirugías y después de ellas; mi comunidad espiritual en casa, que contribuyó con oraciones, historias, acompañamiento y ayuda financiera.
¡Sin enfermedad!
Casi un año después del diagnóstico, todos mis marcadores tumorales se han normalizado. Estaba programado comenzar un ensayo de vitamina C intravenosa que ofrecía la Dra. Ocean en Weill Cornell, pero ella confirmó lo que el Dr. Boyd me había dicho antes: no hay indicios de la enfermedad, así que no cumplo con los requisitos del ensayo.
Pero conozco la reputación de este cáncer. Puede volver. Así que me estoy poniendo la vitamina C intravenosa por mi cuenta. Agradezco a estos oncólogos su disposición de pensar y tratar con originalidad, de diseñar el tratamiento para la persona basados en los mejores datos científicos disponibles y colaborar en mi tratamiento.
Sharon cuenta su historia en “Voy a vivir cada día”.
Lea más sobre la investigación de la vitamina C en Weill Cornell en el artículo “Pruebas de la vitamina C para la eliminación del cáncer”.