Historias de sobrevivientes
5 de septiembre, de 2019 • 6 Min

Cómo derrotar el cáncer de páncreas

Margie Goldsmith

long-term pancreatic cancer survivor Margie Goldsmith
  • Pruebas por problemas estomacales de larga duración revelan un quiste en el páncreas
  • Conducto biliar obstruido conduce al hallazgo de neoplasma mucinoso papilar intraductal (IPMN)
  • Procedimiento de Whipple seguido de quimioterapia
  • Otro tumor lleva a una pancreatectomía completa
  • Un nódulo pulmonar y una lobulectomía

En 2011, yo era una persona sana de 67 años que corría maratones, participaba en triatlones y viajaba por el mundo como escritora de viajes independiente.

Entonces, un día de julio, me desperté con una diarrea terrible. Continuó por semanas. Ninguno de los cuatro gastroenterólogos que consulté pudo curarla. Me dieron de todo, desde antibióticos (Cipro, metronidazol, hiclato de doxiciclina, sulfato de paromomicina), medicamentos para el síndrome del intestino irritable o la colitis (difenoxilato, VSL#3 en polvo), hasta enzimas pancreáticas (Creon). En septiembre de 2011, me hicieron una colonoscopia y luego una resonancia magnética, que revelaron un pequeño quiste en el páncreas. Me dijeron que había que vigilarlo, pero no le di mucha importancia.

La diarrea continuó, por lo que me dieron más antibióticos (Xifaxan, Cipro y metronidazol) y más medicamentos para el síndrome del intestino irritable (Lotronex). En enero de 2012, me hice otra resonancia magnética, que reveló una pancreatitis leve, sin evidencia de cáncer.

Una mañana de octubre de 2012, se me hinchó el estómago. Pensé que eran gases, así que tomé antiácidos Tums. Los gases no desaparecían y me dolía mucho sin ninguna razón. No había taxis disponibles cerca así que usé una bicicleta de Citi Bike para ir a la sala de emergencias en Weill Cornell, donde detectaron que tenía un conducto biliar obstruido que requería un stent. Dos días más tarde, el stent se infectó, por lo que me colocaron un segundo stent. Me realizaron dos colangiopancreatografías retrógradas endoscópicas (ERCP) para poner los dos stents. Mientras estaba en el hospital, me dijeron que tenía un neoplasma mucinoso papilar intraductal (IPMN) de 0.3 cm, de tipo pancreáticobiliar invasivo. El médico residente de tercer año me dijo que necesitaría realizarme un Whipple (yo creía que era algo que las monjas usaban en la cabeza).

Cómo encontrar el cirujano correcto

Como la cirugía de Whipple es compleja, comparé opciones hasta que encontré el mejor cirujano pancreático en Nueva York: el Dr. William Jarnagin de Memorial Sloan Kettering Cancer Center (MSKCC). Me realizó la cirugía de Whipple el 10 de septiembre de 2014. Mientras me recuperaba en el hospital, tuve varias infecciones bacterianas: Clostridium difficile (C. diff), Escherichia coli (E. coli), además de betalactamasas de espectro ampliado (BLEA). De todos modos, la operación salió perfecta y los nódulos dieron resultados negativos. Sin embargo, el Dr. Jarnagin me derivó a otra oncóloga, la Dra. Eileen O’Reilly de MSKCC, otra superestrella de la medicina, que recomendó hacer seis ciclos de gemcitabina adyuvante para disminuir el riesgo de recurrencia del cáncer.

La quimio fue peor que la cirugía de Whipple. Me sentía mal, estaba débil, tenía náuseas y no tenía energía. En la semana de descanso de la quimio, me asignaron un viaje a Scottsdale, Arizona, donde terminé pasando seis horas en la sala de emergencias, completamente deshidratada y resfriada. Finalmente, seis semanas más tarde, volví a mi estilo de vida normal y al ejercicio físico intenso.

De vuelta en tratamiento por otro IPMN

En diciembre de 2015, tuve pancreatitis aguda. Dos meses después, me realizaron pruebas de seguimiento mediante una biopsia endoscópica que reveló otro IPMN. Esta vez, el Dr. Jarnagin sugirió una pancreatectomía completa y una esplenectomía para que no tuviera que pasar por otra operación de páncreas en el futuro. Esta operación fue aún más dolorosa que la de Whipple, pero seguí dando vueltas interminables en el piso del hospital para acelerar la recuperación, y otra vez, seis semanas después, había vuelto a mi vida normal.

El problema fue que, sin el páncreas, de inmediato presenté diabetes de tipo 1. Consulté al Dr. Jason Baker, un endocrinólogo extraordinariamente brillante de Weill Cornell, que dijo: “No se preocupe, encontraremos algunas células pancreáticas allí”. Pero no encontró ni siquiera una porque el Dr. Jarnagin había sido muy meticuloso.

El Dr. Baker supervisó las dosis mensuales de insulina que iban cambiando, según era necesario. Continué con un monitoreo continuo de la glucosa (MCG) e intenté usar dos bombas de insulina diferentes, pero las detesté porque se bloqueaban todo el tiempo. Tener una bomba fue más problema que beneficio. Volví a inyectarme insulina con las agujas bolígrafo, y el Dr. Baker continuó monitoreando la diabetes y mi estilo de vida, y todavía lo hace. Sin él, estaría completamente deprimida y sería incapaz de lidiar con esta enfermedad autoinmunitaria insidiosa. Él es el médico más importante de mi vida.

La tercera vez

Pensé que el cáncer había desaparecido, pero en 2017, durante una RM de rutina, los médicos notaron un nódulo en el pulmón que había crecido en el lóbulo derecho. Estaba en un lugar imposible de extirpar, por lo que en abril de 2017, otra superestrella, el Dr. Matthew Bott de MSKCC, hizo una resección de pulmón por medio de una cirugía toracoscópica asistida por video (VATS) para extirpar un adenocarcinoma metastásico de páncreas de 0.5 cm. Querría pensar que esa fue la última célula errante que escapó del páncreas, no el comienzo de un cáncer de pulmón en curso. La operación en sí misma fue tan dolorosa que hizo que las otras dos parecieran resfríos fuertes.

Tenía que soplar un espirómetro cada pocas horas, pero era casi imposible porque no paraba de toser. Entonces tuve una idea: toco blues con la armónica y hago sesiones improvisadas dos o tres noches a la semana. Tenía una armónica conmigo. La había llevado al hospital para tocar “Amazing Grace” para mi hermana y su pareja, que me habían acompañado. A mi hermana no le agrada el sonido de la armónica, pero no tuvo opción: fue justo antes de que me llevaran en silla de ruedas. Ambas pensamos que sería la última canción que tocaría.

El día después de la extirpación del lóbulo, me obligué a levantarme de la cama del hospital, agarré mi armónica, me subí a la silla de ruedas, con las sondas sujetadas, y fui a la sala de pacientes. Cerré los ojos y toqué una tonada de blues. De repente, escuché que alguien dijo: “¿quiere improvisar?”. Abrí los ojos. Era el terapeuta musical, que justo pasaba por allí. Tocamos una mezcla de blues lentos. De pronto, médicos, enfermeros y otros pacientes estaban parados en la puerta, aplaudiendo. Es cierto que yo no era tan buena, pero teniendo en cuenta las circunstancias, me sentí como Stevie Wonder.

Cómo disfrutar de la vida

Han pasado dos años. He vuelto a hacer ejercicio, a mis sesiones de blues semanales, a viajar. Tengo cuatro viajes programados para los próximos tres meses, por lo que estoy muy entusiasmada. Ya no participo en triatlones ni maratones porque realmente no tengo la resistencia ni la voluntad para entrenar tanto. Pero todavía entreno con pesas, ando en bicicleta, salgo de excursión, camino y voy a clases de gimnasia porque sé que mi estado físico fue lo que me permitió recuperarme tan rápidamente después de cada operación. Pero más que mi estado físico, fueron mis cuatro excelentes médicos, Jarnagin, Bott, O’Reilly y Baker: ellos son los responsables de que hoy todavía esté viva.

Ahora tengo 75 años, aunque la edad es solo un número y no define mi vida. Lo que define mi vida es la lucha. La parca perdió tres veces conmigo, y si continúo haciendo ejercicio y me mantengo fuerte, voy a ganarle nuevamente si alguna vez regresa. Me encanta ganar.

Margie comparte su actitud positiva en el video “Superará esto”.