La importancia de la familia y los amigos
- Los síntomas de molestias abdominales y pérdida de peso me envían al médico
- Elegir un centro oncológico más grande
- Quimioterapia y radiación, seguidas de cirugía
A fines de marzo del 2020 comencé a sentir molestias abdominales de forma casi permanente.
También noté un cambio en el color de lo que mi cuerpo eliminaba (sé que es desagradable, pero hay que prestar atención a esas cosas). Además, estaba perdiendo peso —15 libras (casi 7 kilos), es decir alrededor de medio kilo por día.
Fui al médico, que me mandó a hacerme una ecografía y una resonancia magnética el 9 de abril. Las pruebas confirmaron que tenía un tumor de unos 4 cm de largo en la cabeza del páncreas. Después de conocer mi diagnóstico, pensé lo peor y comencé a poner mis asuntos personales en orden. Recuerdo que había oído decir que el cáncer de páncreas es uno de los peores porque es doloroso y tiene una alta tasa de mortalidad.
A los pocos días, comencé a ponerme amarillo. Me hicieron una colangiopancreatografía retrógrada endoscópica (ERCP) en Hawthorn Medical y me colocaron un stent en el conducto biliar. Gracias a esto recuperé el color normal de la piel.
Después de escuchar las recomendaciones de otras personas, decidí tratarme en Dana-Farber Cancer Institute en Boston, a casi una hora y media de mi casa. Además del tumor principal, el Dr. Brian Wolpin (mi oncólogo) y el Dr. Thomas Clancy (mi cirujano) encontraron otras pequeñas lesiones en el páncreas, pero no había diseminación metastásica ni compromiso de venas o arterias. Me recomendaron un plan de cuatro meses de quimioterapia con oxaliplatino y leucovorina cálcica cada dos semanas, seguido de una semana de radiación, y luego cirugía.
Tratamiento durante la pandemia de COVID-19
Debido a la COVID-19, no había mucho tráfico para llegar a Boston, y el estacionamiento en el Dana-Farber era gratis, pero eso no importaba porque los pacientes eran las únicas personas a quienes se permitía entrar. Tuve la suerte de tener a una persona que me llevaba y otra que me recogía después de los tratamientos que duraban todo el día. Gracias a mis amigos y familiares también tuve la suerte de tener transporte de ida y vuelta al hospital. Por lo menos el precio de la gasolina estaba bajo.
Al llegar, tenía que pasar por tres puntos de control de COVID. Solo entonces podía ir al laboratorio donde me sacaban sangre por la vía de acceso que tenía en el pecho. Acceder a la vía era mucho más fácil que usar una vía intravenosa cada vez, pero aun así era un poco incómodo.
La quimioterapia duraba 3 horas y media. Cuando terminaba, me iba a casa con una bomba que me administraba otras 46 horas de quimio. Era muy molesto estar con la bomba todo el día y estaba impaciente por quitármela dos días más tarde. Después de apagar la bomba, tenía que limpiarla y quitar el conducto que lleva a la vía de acceso. Luego, mi esposa tenía que inyectarme un medicamento para aumentar la cantidad de glóbulos blancos. Este procedimiento se repitió cada dos semanas durante cuatro meses.
Los días siguientes a la quimioterapia eran los peores por los efectos secundarios. Los esteroides que me daban junto con la quimioterapia me hacían temblar y sentirme cansado. No tenía náuseas ni dolor de cabeza ni o fiebre, solo me sentía pésimo. Tuve neuropatía: sentía pinchazos en la punta de los dedos, especialmente cuando tocaba algo frío. A veces sentía lo mismo en la garganta y la lengua. Y estaba muy cansado. Esos fueron los principales efectos secundarios que tuve. Me di cuenta de que me llevaba casi una semana dejar de sentir esos efectos secundarios. Sin embargo, el dolor y las molestias abdominales que me llevaron al médico disminuyeron significativamente y me sentía mucho mejor.
Pasaba la mayor parte de los días posteriores a la quimio simplemente descansando, pero una vez que los peores efectos secundarios desaparecían, comenzaba a hacer ejercicio para recuperar la fuerza. Mi enfermero me dijo que el ejercicio ayuda a disminuir los efectos de la quimio. Después de la tercera ronda de quimio caminé 7 millas (un poco más de 11 kilómetros) y anduve 41 millas (casi 66 kilómetros) en bicicleta. En el verano, abrí la piscina y corté la hectárea de césped donde está mi casa. Recuperé peso, nunca sentí náuseas ni otros malestares, nunca perdí el apetito ni el cabello, y tenía buen color. Después de la última ronda de quimio, pude recorrer 72 millas (casi 116 km) en bicicleta.
Cuando terminé la quimio, me hicieron otra tomografía computarizada. Como todo parecía estar bien, recibí tratamientos de radiación todos los días por una semana. Después de que me recuperé de la radiación, me sometí a la cirugía de Whipple. Estuve en el hospital una semana y ahora estoy pasando los siguientes dos meses recuperándome en casa.
Un obstáculo en el camino
Gracias a las excelentes pruebas que me hicieron en Dana-Farber, los médicos también me detectaron un nódulo en el lóbulo derecho de la tiroides. Me hice una tomografía y varias biopsias del nódulo; los resultados no son concluyentes, no sabemos si se trata de cáncer o no. La extirpación de la mitad de la tiroides está programada para noviembre.
La importancia de la familia y los amigos
El tratamiento para el cáncer es un proceso muy tedioso. De no haber sido por el gran apoyo que recibí de mi familia y mis amigos, habría sido casi imposible soportar ese proceso. No me alcanzan las palabras para agradecerles. Sobre todo, sin la ayuda de mi esposa no podría haber superado esto. Ha estado conmigo en todo momento y de forma incondicional, cuidándome y asegurándose de que no me hiciera falta nada. Me ha guiado y dado valor, me ha consolado cuando me sentía deprimido. Me ha cuidado para no me enferme, especialmente en estos tiempos, desinfectando todo lo que entra en la casa. Se hizo cargo de las tareas cotidianas y del mantenimiento de nuestra casa, tanto el interior como el exterior. Además, hace unas sopas fantásticas que saben tan bien, especialmente después de la quimioterapia.
Me he estado tomando las cosas con calma un paso a la vez. Cuando digo un paso a la vez, quiero decir exactamente eso. Desde el momento en que me dejaban en Dana-Farber, me concentraba en mover un pie después del otro y me obligaba a transitar por un camino que no había elegido. Así que para las personas que me llevaron allí: espero que me perdonen por no saludarlos después; estaba mirándome los pies y obligándolos a seguir adelante.
Espero que para el día de Acción de Gracias ya no tenga cáncer. Después de eso, planeo volver al mundo y empezar a vivir la vida de nuevo y molestar a tantos amigos como sea posible, siempre con respeto, cuidado y afecto.
¿Por qué me tuvo que pasar esto a mí? No lo sé, solo sucedió. Mi atención no se centra en el por qué, sino en lo que tengo que hacer para vencer esto. Y con el apoyo de mi familia y amigos, vamos a vencer al maldito cáncer.