Mi no celebración de los ocho años que sobreviví al cáncer de páncreas
Es difícil para mí celebrar por haber sobrevivido al cáncer de páncreas cuando tantas personas no llegan a hacerlo.
El pasado enero se cumplieron ocho años. Me gustaría poder decir que hice algo especial, o que tomé una poción mágica, pero, lamentablemente, nada de esto es verdad. La verdad es que no tengo nada que agradecer, fue simplemente pura suerte.
Me sometí al tratamiento convencional, un procedimiento de Whipple brutal, al que siguieron treinta sesiones de radiación durante seis semanas (me daban el fin de semana libre por buena conducta). Durante esas seis semanas, me acompañó en todo momento mi mejor amiga, una bomba de quimioterapia que me administraba dosis de 5-FU. (A pesar de las severas advertencias del enfermero, cada cuatro o cinco días, o una vez que estaba lo suficiente sucio, colgaba la bomba fuera de la ducha, pegaba la vía de acceso con cinta doble y me metía a la ducha para enjabonarme y enjuagarme). A esto siguieron seis pesadas dosis de Gemzar cada dos semanas. Como dije, nada especial.
Según lo que he aprendido desde entonces, el cirujano que realizó mi procedimiento de Whipple para extirpar el tumor pancreático de una pulgada (2.5 cm) agarrado al lado del conducto biliar era uno de los médicos más experimentados que se encontraba cerca. Pero incluso en este caso, no tuve nada que ver con su selección. Hacia el final de la primera de mis muchas internaciones, le di lástima a un médico hospitalista (médico de hospital) y llamó al cirujano para pedirle que viniese a verme.
Mi experiencia
Entonces, ¿cómo comenzó todo? Después de ponerme de color amarillo, me hicieron una tomografía computarizada de emergencia que mostró que tenía bloqueado un conducto biliar. Llegué al hospital, donde me insertaron un stent para abrirlo. Sin que yo lo supiese, tomaron una muestra. Tres días después, el médico que me colocó el stent pasó a informarme: “Lo siento mucho, tiene un tumor maligno”. Antes de que pudiese hacer una pregunta, se dio vuelta y se fue. Me sentí destruido por la noticia y por el hecho de que ni siquiera el médico usó la palabra que empieza con “c”. Así comenzó mi recorrido.
Solo después del procedimiento de Whipple, un informe de patología reveló que estaba en estadio IIB, y por suerte solo un ganglio linfático había dado positivo. Más adelante me enteré de que si no me hubiese puesto de color amarillo e ido al hospital de inmediato, no estaría escribiendo esto. Una vez más, pura suerte. O quizás los ángeles existen.
Dada la desalentadora tasa de supervivencia del cáncer de páncreas, la cual ha mejorado poco a pesar de años de innumerables muertes, le di vueltas a la idea de participar en un ensayo, pero tras el asesoramiento de mi médica oncóloga, también conocida como doctora quimio, abandoné la idea rápidamente. Si me hubiese autorizado, habría participado.
Lo que recomiendo
Entonces, ¿qué consejo le ofrecería a alguien que recientemente recibió la terrible noticia de que tiene cáncer de páncreas, o a aquellas personas que tienen la esperanza de haberlo dejado atrás como yo?
Confiemos en nuestros médicos.
Tengo que admitirlo, me gustan los datos. Antes de comprar algo, leo decenas (no, cientos) de reseñas en Internet. Pero, al estar tan enfermo, no tuve otra opción que caer con los ojos bien abiertos en el abismo médico y confiar en que me sostendría. No había tiempo para investigar quién podría ser el mejor especialista en cáncer de páncreas y luego tratar de programar una cita. La mayor parte de los días tenía suerte de poder levantarme de la cama y sentarme en la silla reclinable, así que la idea de trasladarme a una de las mecas del cáncer como Fred Hutchinson o de la reconocida Mayo Clinic era impensable. No tenía otra opción más que confiar en mis médicos. Confíen en sus médicos.
Hagamos lo que nuestros médicos nos piden. Y punto. Con una advertencia.
Durante el tratamiento, les dirán cosas que no tendrán mucho sentido, como pasó conmigo. Pero, a menos que esté en sus planes obtener una licencia médica y pasar por años de capacitación en oncología en el lapso de un par de meses, no queda otra opción que hacer lo que los médicos nos piden. Y punto. Pero con esto viene una advertencia importante. Si no entienden lo que les piden, o por qué se lo piden, pregunten hasta que obtengan una respuesta que tenga sentido. Lo difícil es darse cuenta de que si su médico no quiere responder estas preguntas, es hora de buscar otro, y rápido. Cada minuto cuenta en los tratamientos del cáncer. No hay tiempo que perder. La buena noticia que descubrí cuando hago preguntas respetuosas que muestran que realmente me interesa saber es que, en la mayoría de los casos, recibo excelentes respuestas. Hagan lo que los médicos les digan. Y punto. Pero hagan preguntas.
Hagan ejercicio, aunque sea un poco.
Incluso durante la COVID, continué yendo al gimnasio tres o cuatro veces a la semana. Nada especial. Pasaba 30 minutos en una bicicleta reclinada y usaba tres o cuatro máquinas de pesas para evitar perder toda la fuerza de la parte superior del cuerpo.
Aprendí dos cosas de esto. En primer lugar, me ayudó a mantenerme sano. (En términos de sobreviviente del cáncer, sin evidencia de la enfermedad). Esto por no mencionar tener que evitar que los niveles de azúcar en mi sangre subieran tanto que podrían aterrizar en la luna (un efecto secundario de mi procedimiento de Whipple que se llevó el tercio superior de mi páncreas). En segundo lugar, y posiblemente más importante, me ha ayudado a sentirme vivo. Para aquellos de ustedes a los que les guste caminar, pónganse en marcha. Caminen por su vecindario. Relaciónense con sus vecinos y sus perros. Solía caminar mucho, pero ahora, con tres vértebras comprimidas gracias a la radiación abdominal, caminar ciertas distancias no es una opción para mí. Hagan ejercicio, aunque sea un poco.
Nunca pierdan la esperanza. Jamás.
Sí, esto de verdad es un grito de guerra para nosotros los sobrevivientes del cáncer, pero seamos sinceros: por difícil que sea atravesar nuestros tratamientos, la verdadera batalla comienza después de la última visita a la sala de quimioterapia o de radioterapia. Mientras transcurría mi tratamiento, sentía que estaba ocupado en vencer el cáncer. Pero luego, sentí que me soltaron, estaba solo, yo contra el cáncer. Sí, todavía tengo miedo cada vez que voy a las citas de seguimiento con mi oncóloga, pero con la excepción de ellas, día tras día debo controlar mi vida interior e intentar mantenerme positivo sin preocuparme por las cosas sobre las que no tengo control. Si mi cáncer vuelve, vuelve. No hay mucho que pueda hacer excepto tener la esperanza de que pase lo mejor. Vivan el presente. El futuro se cuidará a sí mismo. Nunca pierdan la esperanza. Jamás.
Al haber atravesado la tormenta del cáncer de páncreas y sobrevivido para poder contar la experiencia, siento compasión por aquellas personas que están comenzando el proceso y que se preguntan, como yo, ¿y ahora qué? Pero pienso que, si hacen lo que los médicos les piden mientras hacen preguntas, ejercicio (aunque sea un poco) y no pierden la esperanza, como yo, lo superarán.
William Ramshaw vive en el extenso Noroeste Pacífico. Es un sobreviviente del cáncer de páncreas desde hace ocho años y ha escrito sus memorias con el título Gut Punched! Facing Pancreatic Cancer (Un puñetazo en el estómago: cómo enfrentar el cáncer de páncreas). Compartió la historia de su tratamiento en “Enchiladas de pollo y cáncer de páncreas”.