Enchiladas de pollo y el cáncer de páncreas
- Obstrucción de un conducto biliar lleva al diagnóstico de cáncer de páncreas
- Procedimiento de Whipple para extirpar parte del páncreas y la vesícula
- Radiación y quimioterapia después de la cirugía
Mi primera palabra fue “taco”.
Desde que tengo memoria, he ido en la camioneta Chevy roja de mi papá hasta Mexicali por una bolsa de tacos para la cena. Por eso, en 2013, me desconcertó terminar descompuesto todo un fin de semana después de comer un par de enchiladas de pollo en un bar mexicano un viernes.
La semana siguiente fui a ver al médico, que ordenó lo que llamó análisis de “rutina”. Pensó que tal vez había contraído una bacteria nociva conocida como Clostridium difficile, o C. diff para abreviar. Al recordar esa situación, pienso que los médicos solo piden análisis de rutina cuando no quieren que el paciente piense que podría tener algo que “no es de rutina”.
Menos de una semana después, la piel se me puso amarilla. Me hicieron una tomografía computarizada urgente y me llevaron a la sala de emergencias, en donde me internaron a causa de una obstrucción en un conducto biliar. Me hicieron una endoscopia digestiva alta y colocaron un stent para abrir el conducto biliar. Sin que yo lo supiera, también extrajeron una pequeña muestra de tejido. Tres días después, el gastroenterólogo pasó por mi habitación del hospital y en un tono inexpresivo me dijo: “Lo lamento, tiene un tumor maligno”. El hecho de que ni siquiera un médico usara la palabra con “c” me aterrorizó.
Después de la colocación del stent, tuve una pancreatitis grave (inflamación del páncreas). Como no podía comer nada, me colocaron nutrición parenteral total, un tipo de alimento líquido administrado por la vena mediante un catéter central percutáneo permanente (PICC).
A pesar de que me realizaron varias tomografías computarizadas, una resonancia magnética (RM) y una ecografía, los médicos no podían encontrar el tumor. Solo cuando otro médico me hizo una ecografía especial, se detectó el tumor de una pulgada (2.5 cm) junto al conducto biliar. Mi diagnóstico: cáncer de páncreas en estadio llb. Si el conducto biliar no se hubiera obstruido y no me hubiera visto obligado a ir a la sala de emergencias, dudo de que yo fuera un sobreviviente del cáncer de páncreas.
Antes de que me dieran el alta del hospital, un médico hospitalista pasó por mi habitación y me preguntó: “¿Quién es su oncólogo?” Yo no tenía idea de qué era un oncólogo. Pronto me di cuenta de que ese era un código para referirse a un médico que trata el cáncer.
El tratamiento del cáncer de páncreas comienza con la operación de Whipple
Por referencia del hospitalista, me derivaron a un excelente cirujano oncólogo, a quien yo no conocía en ese momento. Pero había escuchado que personas de otros estados querían que él las atendiera. Después de revisar mi historia clínica, determinó que tenía cáncer de páncreas y requeriría la operación de Whipple, en la que me extirparían el tercio superior del páncreas y la vesícula.
Me estabilizaron el funcionamiento del páncreas, y ocho semanas después me hicieron la cirugía de Whipple, después de la cual pasé tres semanas en el hospital. Después de eso, decir que un camión me pasó por encima es quedarse corto. Sería más exacto decir que me atropelló varias veces. Contraje una infección tras otra. Me trataron con cócteles exóticos de antibióticos. En un momento, tenía seis bombas en el portasueros. Era muy pesado y yo debía tener cuidado de no voltearlo durante mis caminatas obligatorias.
Siguiente paso: quimioterapia
Una vez fuera del hospital, me pusieron una vía de acceso. Soy un exmarinero al que siempre le han gustado las visitas al puerto, pero esta no era precisamente una “vía de acceso” al puerto que yo hubiera elegido.
En una consulta previa a la quimioterapia, mi oncóloga médica me dijo que me tratarían con Gemzar (gemcitabina) y 5-FU (fluorouracilo). Como quería saber más sobre mi tratamiento, le pregunté: “¿Por qué con eso?, ¿por qué no con Captain Crunch y Froot Loops?” (sí, de verdad le pregunté eso). Ella entendió mi pregunta, salió de la sala de examen y volvió unos minutos después con tres páginas fotocopiadas de su texto médico sobre cáncer. Yo no sabía que los oncólogos tenían esas cosas. Hasta ese momento, creía que preparaban cócteles de quimioterapia. Con esto descubrí la ciencia del cáncer. No quiero ser terminante pero Síntoma A + Síntoma B = Tratamiento C, punto.
En las páginas que me dio, descubrí que me tratarían según el estudio RTOG 97-04 de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA), la primera información directa que tenía para empezar a comprender el lío en el que estaba metido. Según este estudio, con 451 pacientes, la probabilidad de vivir más de cinco años es de menos del 20 por ciento. Soy un tipo con inclinación por los números y ciertos conocimientos de estadística, así que estas cifras me alarmaron, pero las acepté. Yo no soy un número, yo soy yo.
Siguieron treinta tratamientos de radiación, seis semanas en total. Me daban los fines de semana libres por buen comportamiento. Solo, suspendido en una cama elevada, oía el inquietante chasquido y rechinar de la cabeza gigante del acelerador lineal oscilando alrededor de mí y disparándome desde seis ángulos. Por lo general, el tratamiento duraba solo 15 minutos, pero a veces, si la máquina no funcionaba bien o, peor aún, pasaba algo con el paciente que estaba antes que yo, tenía que esperar horas. Parte de este tratamiento consistía en una sofisticada bomba de quimioterapia que me administraba 5-FU las 24 horas del día, los 7 días de la semana, a través de la vía de acceso. El 5-FU es un fármaco de quimioterapia que supuestamente vuelve las células del cáncer de páncreas más susceptibles a la radiación, según un ensayo clínico (de cáncer de recto) de Memorial Sloan Kettering Cancer Center.
Después de la radiación recibí seis dosis de Gemzar, una cada dos semanas, doce semanas en total. Si mis recuentos sanguíneos eran demasiado bajos, la oncóloga médica reducía la dosis a un nivel que consideraba apropiado. Cuando le pregunté cómo eso afectaría el resultado, ella contestó: “No lo sabemos”. Le agradecí la honestidad. Su franca respuesta me ayudó a entender el misterio de los tratamientos para el cáncer. Por cada cosa que se conoce, hay mucho que se desconoce.
He tenido algunos altibajos, pero estoy feliz de estar aquí
Hay mucho más en mi historia. Fueron necesarios muchos procedimientos para reparar las cosas que no salieron bien en la operación de Whipple. Tengo osteoporosis producto de la radiación en el abdomen. La diabetes ha empeorado. Mi autobiografía titulada Gut Punched! Facing Pancreatic Cancer (Un puñetazo en el estómago: cómo enfrentar el cáncer de páncreas) relata mi tratamiento.
Además de recibir un tratamiento excelente, siempre fui un paciente proactivo que hacía una pregunta tras otra. Creo que esto contribuyó a lograr un resultado hasta ahora exitoso.
Una cosa importante sobre ser un sobreviviente del cáncer de páncreas: no bajar la guardia en ningún momento. Las consultas oncológicas cada seis meses aún me aterran. Pero puedo decir que me regocija saber que estoy libre de cáncer seis años después de finalizar mis tratamientos.
William compartió sus reflexiones sobre la vida después del tratamiento en “A veces la vida te golpea en la cabeza” y cuenta su historia en el video “Realmente puedo vencer esto”.